domingo, 1 de noviembre de 2009

La explosión desordenada de la ultrajante insolencia de un joven (Visión general)

      Una vez definido qué es el arte, creo que la mejor forma de demostrarlo es el análisis y el disfrute de las propias obras de arte, y ese es el auténtico propósito de este despropósito que escribo llamado blog. He estado pensando largo y tendido, así como quince minutos más o menos, sobre con que obra de arte empezar y al final me he decidido por la primera sinfonía (en Do Mayor) del divino, divino Ludwig van (como diría nuestro querido drugo). A los que me conozcáis personalmente no os sorprenderá mucho que escoja a Beethoven para abrir esta serie de análisis, lo que quizás si que os sea más sorprendente es que haya elegido precisamente la Primera Sinfonía y no la Tercera, la Quinta o la Novena, o incluso la genial (y única ópera) de tan insigne compositor: “Fidelio”.


Su peinado no era ninguna maravilla, como podéis comprobar


      He escogido la primera sinfonía para abrir este blog por dos motivos principales. El primero de ellos es que me propongo ir analizando con el tiempo toda las sinfonías de este genio de malas pulgas y peor peinado y para ello ¿qué mejor que seguir el orden en el que el mismo las compuso? El segundo motivo (y el más importante) es que asumo que la mayoría de lectores no tienen demasiada idea de música culta (sí, el termino es culta y no clásica) y teniendo en cuenta que la complejidad de las sinfonías de este auténtico übermensch aumenta a medida que envejece y las enfermedades se apoderan de él, este orden me permitirá iros explicando algunos conceptos poco a poco para que podáis entender realmente hasta que punto Beethoven revolucionó la música (cumpliendo así una de las características del arte de las que hablé en la entrada anterior).


      Este primer artículo hablará un poco de la sinfonía en general y del genio que la compuso en el momento en que la compuso. Posteriormente entraremos en un análisis más profundo de cada movimiento.


      Lo primero quizás sea explicaros por qué voy a titular así esta serie de entradas: “La explosión desordenada de la ultrajante insolencia de un joven”. Bueno, en primer lugar titularla simplemente “Primera Sinfonía de Do Mayor opus 21 de Ludwig van Beethoven” me parecía carente de fuerza. Otra posibilidad era directamente poner el título original con el que la obra fue publicada por primera vez (“Grande sinfonie pour deux violons, viole, deux flûtes, deux oboès, deux cors, deux bassons, deux clarinettes, deux trompettes et tymbales – composée et dédiée a Son Excellence M. le baron van Swieten, conseiller intime et bibliothécaire da Sa Majesté Imperialé et Royale”) me parecía demasiado largo. Y sí el título es en francés en original y está dedicada a un tipo que además de barón se define como consejero y bibliotecario de su majestad imperial y real (en minúsculas sólo por joder), vicisitudes de la época. Ante estos problemas decidí recurrir a la gente que más debe saber de música del mundo puesto que viven de ella sin hacerla: los críticos. Y es que literalmente fue así como un crítico de la época definió esta sinfonía: “es la explosión desordenada de la ultrajante insolencia de un joven”. Supongo que si este señor (por llamarlo de alguna manera) siguiera vivo a día de hoy se estaría comiendo sus palabras con patatas y un kilo de mierda. (Se nota lo bien que me caen los críticos, ¿verdad?)


      Otro crítico fue un poco más ecuánime y definió la primera representación de la sinfonía como “la academia más interesante desde hace mucho tiempo” aunque también dijo que los instrumentos de viento estaban sobre-utilizados “de tal forma que parecía más una música militar que una música de orquesta de conjunto”. Resalto esto para que veáis como ha cambiado la música a lo largo del tiempo. Sin duda el crítico se refería a los continuos diálogos que a lo largo de la sinfonía establecen los instrumentos de viento (especialmente viento-madera) con los de cuerda, y es que en aquella época no estaba demasiado bien visto eso, la cuerda siempre tenía que prevalecer. Precisamente al hacer esto ya en su primera sinfonía Beethoven adelanta el romanticismo, y de hecho una de las características claves (y mejor valoradas) de la música orquestal desde entonces: el diálogo entre las distintas familias de instrumentos.


      Esta crítica la escribió tras la primera representación de la sinfonía que tuvo lugar en el National Hoftheater de Viena el 2 de Abril del 1800 (hace ahora la friolera de 209 años, ahí es nada). Y sin embargo esta sinfonía suena aún totalmente actual y es una de las más interpretadas por orquestas de todo el mundo. Para que veáis como han cambiado las cosas el programa de ese concierto benéfico era el siguiente: una sinfonía de Mozart (no queda constancia de cual fue), un aria de “La Creación” de Haydn, un concierto para piano de Beethoven (se cree que el “Concierto en Do Mayor, opus 15”), el Septimino de Beethoven (en estreno también), un dueto de “La Creación”, una improvisación pianística de Beethoven y, por último, la sinfonía que nos ocupa. Vamos que tuvo que ser larguísimo el susodicho recital. La orquesta, como casi siempre en los estrenos, la dirigió el propio Beethoven y según se dice la interpretación de los músicos no fue demasiado buena a pesar de los esfuerzos del bueno de Ludwig. Y es que esto, por desgracia, pasa demasiado a menudo en los estrenos de las obras, los músicos no creen que la obra sea demasiado bueno y son indulgentes en su interpretación, lo que puede condenar a obras geniales al más rotundo de los fracasos.


      ¿Y cómo era la vida de Beethoven por esta época? Bueno, el tenía treinta años cuando estrenó su primera sinfonía (Mozart por ejemplo murió a los treinta y cinco tras haber compuesto cuarenta y una y Haydn a esa edad sobrepasaba la centena). La verdad es que hasta entonces se había dedicado principalmente a la composición pianística o de música de cámara, que se vendía mejor (por mucho genio que fuera, seguía teniendo que comer el hombre) y no podemos olvidar tampoco que Ludwig fue el primer músico de la época que actuó al margen de los mecenazgos (de hecho era un autónomo el tío) probablemente debido a la fuerte repulsión que le inspiraba la nobleza. En aquel momento aún gozaba de una buena posición social, todo lo contrario de lo que pasaría después cuando sería repudiado por prácticamente toda la población de Viena.


      Eso sí, y ya entrando en cotilleos, el tío ya había empezado con su peculiar manía de establecer escarceos amorosos con sus estudiantes de piano (escarceos que, por lo que se sabe, casi nunca llegaron a nada serio). De hecho cuando estrena esta sinfonía aún tenía bastante reciente su relación fallida con Pepi (un poco raro escuchar este nombre relacionado con Beethoven, ¿o solo me lo parece a mí). Ella se acababa de casar, claro, y eso no suele ser bueno para las relaciones. De todas formas ella seguiría siendo una de sus más fieles confidentes, y el músico llegó a entablar una buena amistad con su marido. Y es que Beethoven en este momento estaba más interesado en la música que en cualquier otra cosa. Él sabía que estaba destinado a grandes cosas, pero que para ello debía trabajar y trabajar evitando en lo posible cualquier distracción.


      Su vida en general no era mala cuando estrena esta sinfonía, buenísima de hecho en comparación con el infierno constante en que se convertirá después. Y aunque tuvo algunos problemas para que le pagaran lo acordado por esta obra, ni un sólo segundo dudó en la necesidad de su composición.


      Como última anécdota decir que en un principio el tenía pensado que su primera sinfonía fuese en do menor, una de sus tonalidades preferidas, pero abandonó este proyecto (algo bastante habitual en su carrera) unos años antes de su análisis. Y ya sin más, procedamos a escuchas esta Primera Sinfonía en Do Mayor, opus 21 de Ludwig van Beethoven, en el siguiente artículo, claro.

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